En el corazón del norte cordobés, a solo cinco kilómetros de Villa de María del Río Seco, en el paraje conocido como El Suncho, nació Gregorio Cabral, un hombre cuya vida quedó marcada por el arte y la música. Desde muy joven demostró una inclinación única hacia la creación: a los 15 años, ante el deseo profundo de tener su propia guitarra, decidió fabricarla con sus propias manos. Ese primer instrumento no solo dio inicio a su camino como músico aficionado, sino que encendió en él la chispa que lo convertiría en uno de los luthiers más reconocidos de la región.
Con el paso del tiempo, Gregorio fue perfeccionando su técnica, guiado por la pasión, la paciencia y la observación. Cada guitarra que sale de su taller lleva impresa su dedicación y un estilo artesanal inconfundible. A sus 89 años, sigue trabajando con la misma entrega de siempre, entre maderas, herramientas, cuerdas y el eco de los acordes que parecen brotar de cada rincón de su espacio de trabajo.
Pero su talento no se limita a los instrumentos: también es responsable de numerosas piezas de artesanía, como la réplica de la imagen de la Cautivita que se venera en la capilla del Cerro del Romero. Su obra ha sido reconocida en distintos espacios, obteniendo premios internacionales, entre ellos, en la recordada Feria de Ferial realizada durante años en la ciudad de Córdoba.
Son muchos los guitarristas folclóricos que han encontrado en sus manos el instrumento ideal para expresar su arte. Las guitarras criollas de Gregorio no solo suenan: emocionan. Cada una es una pieza única, con rosetas hechas a mano, incrustaciones de nácar y madera, detalles que convierten cada obra en una joya sonora y visual.
Gregorio Cabral es más que un artesano: es parte viva de la identidad cultural de Villa de María del Río Seco. En su taller —verdadero templo de la guitarra— nacen acordes que cruzan generaciones, llevando consigo el alma de un pueblo que se reconoce en el sonido cálido y profundo de sus cuerdas.