El 18 de febrero de 1938, el país se conmocionó con la noticia del suicidio de Leopoldo Lugones, uno de los escritores más influyentes y complejos de la literatura argentina. Su muerte tuvo lugar en un recreo del Delta de San Fernando, conocido como "El Tropezón", donde el poeta tomó cianuro de potasio mezclado con whisky, dando fin a una vida marcada por la genialidad, las pasiones intensas y las contradicciones ideológicas.
Existen diversas hipótesis en torno a las razones que lo llevaron a tomar esa decisión. Una de las más difundidas sostiene que Lugones mantenía una relación amorosa con una joven llamada María Alicia Domínguez, a quien había conocido durante una conferencia en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Su hijo, Polo Lugones, al descubrir el romance, lo habría presionado para que la abandonara, lo que habría precipitado al poeta en una profunda depresión.
Deseos incumplidos
A pesar de que en la nota que dejó antes de morir pidió expresamente ser enterrado en tierra, sin ataúd ni marcas que recordaran su nombre, y que se evitara dar su nombre a lugares públicos, su velorio tuvo lugar en su domicilio de la calle Santa Fe 1391, en la ciudad de Buenos Aires, y fue sepultado inicialmente en la bóveda de la familia Beristayn, en el Cementerio de la Recoleta. Allí descansó por más de medio siglo.
El 15 de febrero de 1993, a casi 55 años de su fallecimiento, sus restos fueron trasladados a su tierra natal: Villa de María del Río Seco, en el norte de Córdoba. Desde entonces, descansan al pie del Cerro del Romero, bajo la sombra de un algarrobo, tal como había soñado en sus versos.
La escena final de su vida tuvo lugar en una pensión ubicada en la confluencia del Paraná de las Palmas y el Canal de la Serna. Allí, Lugones pidió la habitación número nueve, al fondo de una galería, y solicitó que lo llamaran a las diez de la noche para cenar. ¿Fue una coartada? ¿Una última esperanza? Lo cierto es que el poeta ya había tomado su decisión. El desamor, la angustia existencial y el peso de su propia historia lo envolvían.
Sobre la mesa quedó una carta. En ella, escribió que no podría concluir la biografía de Julio Argentino Roca y reiteró su deseo de un entierro anónimo. "Nada reprocho a nadie. El único responsable soy yo de todos mis actos", concluyó.
En uno de sus poemas, Los ínfimos, dejó escrita una frase que hoy resuena con especial fuerza:
"Y el pueblo en que nací y donde quisiera dormir en paz cuando muera."
Ese deseo, finalmente, se cumplió. Hoy, en medio de la naturaleza, subiendo el Cerro del Romero, en su Villa de María del Río Seco natal, descansa el poeta. Su tumba no es monumental, pero su presencia es inmensa. Allí, bajo el algarrobo, la memoria de Lugones permanece viva, protegida por la tierra que lo vio nacer.
Fotos: Archivo y @sandanruiz
Ubicación del lugar de descanso del poeta