En el norte cordobés, donde la historia camina al ritmo de las viejas tradiciones, existe una devoción que ha resistido el paso del tiempo y las heridas del pasado. Se trata de Nuestra Señora del Rosario, más conocida como “La Cautivita”, patrona entrañable de Villa de María del Río Seco.
Esta imagen mariana no solo es símbolo de fe, sino que encierra en su historia los orígenes mismos de la comunidad, la resistencia frente a los peligros, y el lazo profundo entre lo espiritual y lo cotidiano.
A mediados del siglo XVII, entre los límites de las jurisdicciones de Córdoba y Santiago del Estero, en una estancia propiedad de Mateo Barrera, existía una sencilla ermita rural. Allí, los pobladores veneraban a una imagen de Nuestra Señora del Rosario, ya considerada milagrosa por muchos fieles.
Dada la dificultad de acceso y la gran concurrencia, el obispo del Tucumán, Fray Melchor Maldonado de Saavedra, decidió trasladar la imagen a la capilla del estanciero Domingo Gómez, ubicada en un sitio más poblado y accesible.
Este traslado marcó el inicio de una devoción profunda y colectiva, que con el tiempo daría identidad espiritual a todo el norte cordobés.
La figura de la Virgen mide 67 cm y es una imagen de vestir. Su estructura está formada por un bloque de madera dura en forma cuadrangular, cubierto por túnica y manto. Tiene brazos móviles que sostienen al Niño Jesús, y una corona dorada reposa sobre su cabellera de pelo natural.
Su rostro muestra los signos del tiempo, con la pintura pálida y cuarteada. Es una obra de profunda sencillez, cargada de simbolismo para el pueblo que la venera.
La capilla de Domingo Gómez, donde fue entronizada, actuó como viceparroquia del curato de Sumampa. Allí se celebraban matrimonios, bautismos, entierros y misas a las que asistían vecinos de todos los alrededores.
Así, el pequeño santuario se convirtió en epicentro religioso y social del norte cordobés. La devoción creció tanto que se expandió a otras localidades, como Ischilín, Tulumba y Rosario del Saladillo, donde también se rinde culto a la Virgen del Rosario.
La historia de La Cautivita dio un giro en 1748, cuando los abipones, originarios del Chaco, lanzaron un ataque sorpresivo sobre la zona del Río Seco. Arrasaron con casas y estancias, saquearon la capilla y se llevaron los objetos más sagrados: las campanas, cálices de plata, y lo más doloroso, la imagen de Nuestra Señora del Rosario y la de San José.
Destrozaron las puertas del templo y desaparecieron con las imágenes como trofeos. La comunidad, profundamente afectada, no tardó en reaccionar.
El capitán Francisco de la Barreda, acompañado por su guía Landriel y un grupo de hombres armados, emprendió una persecución contra los abipones. Los alcanzaron mientras descansaban, y lograron recuperar la imagen de la Virgen, aunque la de San José fue arrojada en una laguna.
El regreso de la Virgen fue un evento de gran emoción. La comunidad la recibió con alegría, oraciones y peregrinaciones, devolviéndola a su lugar original. Desde entonces, la llamaron con ternura y respeto “La Cautivita”, por haber sido cautiva y rescatada.
Tras el ataque, los vecinos decidieron fortificar la capilla. Levantaron muros de piedra, con torres en los ángulos, convirtiendo el templo en una fortaleza espiritual y física. Esta estructura no solo protegía la imagen sagrada, sino que también servía como refugio para los habitantes durante nuevas amenazas.
Este acto marcó una transformación: la fe no solo se profesaba, también se defendía.
La historia de La Cautivita no quedó en los relatos del pasado. Se mantiene viva en las fiestas patronales, en las caminatas de fe que se realizan hasta su capilla, y en la devoción de generaciones que ven en ella un símbolo de identidad.
Los registros parroquiales del siglo XVIII reconocen a los fieles que participaron en su rescate, y en las partidas de defunción se menciona con orgullo a quienes bajaron con la Santa Imagen a repoblar la capilla en tiempos difíciles.
Hoy, la devoción a La Cautivita es parte esencial del alma de Villa de María del Río Seco.
Nuestra Señora del Rosario, La Cautivita, no es solo una figura religiosa. Es un símbolo de resistencia, unidad y esperanza. Quienes se acercan a su capilla, ya sea por tradición o fe, descubren no solo una imagen antigua, sino una historia de amor y fidelidad entre un pueblo y su protectora espiritual.
Su figura, rescatada del peligro, restaurada por la fe y protegida por generaciones, sigue guiando a los habitantes de Villa de María y a todos quienes encuentran en ella un faro de consuelo.