En lo profundo del norte de la provincia de Córdoba, (Ver ubicación) donde el paisaje se funde con la historia y la devoción, se alza Villa de María del Río Seco, una localidad con raíces que se hunden hasta los días coloniales. Esta villa no solo es la cuna del poeta Leopoldo Lugones, sino también el escenario de gestas, encuentros culturales y una fe que resistió incluso los peores ataques. Acompañanos en este recorrido por sus orígenes.
La historia comienza en 1590, cuando el gobernador Juan Ramírez de Velasco dispuso que se establecieran tambos —lugares de descanso para viajeros— a lo largo del camino real al Alto Perú. Uno de estos sitios fue Quillovit, luego llamado Río Seco. Este nombre se debía al torrente arenoso que cruzaba el lugar, aparentemente inofensivo, pero que se volvía impetuoso durante las lluvias.
El primer propietario de estas tierras fue el capitán Francisco López Correa, un portugués que participó de la fundación de Córdoba y se destacó como funcionario colonial. Con el tiempo, sus tierras pasaron a manos de descendientes y nuevos pobladores, quienes comenzaron a conformar las primeras estancias productivas.
En el corazón de esta historia se encuentra una imagen mariana: Nuestra Señora del Rosario, una talla de madera vestida, sencilla y venerada. La tradición señala que fue trasladada desde una ermita aislada hacia una capilla rural situada en una de las estancias de Domingo Gómez. Este lugar, con el tiempo, se transformó en un centro espiritual y de encuentro para los habitantes de la región.
La devoción a la Virgen del Rosario se extendió rápidamente y, más allá de su capilla, llegó a otras localidades vecinas. Su presencia era tan importante que el templo que la albergaba recibió constantes mejoras, convirtiéndose en un edificio de piedra, sólido y decoroso para su época.
En 1748, los abipones, pueblo originario del Chaco, lanzaron un sorpresivo y devastador ataque sobre la zona. Las estancias fueron arrasadas, el templo fue saqueado, y la imagen de la Virgen —junto con la de San José— fue robada. Sin embargo, el capitán Francisco de la Barreda lideró una persecución que logró recuperar a la Virgen. Desde ese día, la comunidad la llamó con cariño y devoción “La Cautivita”, símbolo de fe y resistencia.
Este trágico episodio marcó profundamente a los vecinos, quienes construyeron muros de piedra y torres defensivas en torno al templo y el pequeño poblado. Era una forma de proteger la vida y la espiritualidad frente a futuras amenazas.
ver El Rescate
Durante gran parte de los siglos XVII y XVIII, la capilla del Río Seco dependía de la parroquia de Sumampa. Sin embargo, el crecimiento del poblado y el fervor religioso impulsaron un largo proceso para que Río Seco tuviera su propia parroquia. Ese sueño se concretó en 1772, bajo la guía del sacerdote Juan José de Avila, figura clave en la historia local, respetado por su sabiduría y compromiso.
Con el tiempo, surgieron más oratorios y capillas en las estancias cercanas, consolidando una estructura eclesiástica que acompañaba la vida social y productiva de la región.
En 1773, el cronista Concolocorvo describió a Río Seco como un “sitio agradable”, con algunos colonos y una plaza con una noria que abastecía de agua cristalina. Sin embargo, su crecimiento fue lento debido a los recuerdos del ataque indígena y la inseguridad en el camino real.
Fue recién en 1797, bajo la gestión del gobernador Sobremonte, que se iniciaron trámites formales para constituir un poblado. Se realizaron censos, se delimitaron tierras, y los vecinos donaron parcelas para crear el núcleo urbano. Para entonces, Río Seco contaba con unas 168 personas en el pueblo y 294 en el fuerte cercano.
Finalmente, el 26 de mayo de 1858, el gobernador Roque Ferreira dio origen oficial a la Villa de María, cumpliendo el deseo de los pobladores de ver reconocida su historia, esfuerzo y espiritualidad. Décadas más tarde, en 1874, nacería allí Leopoldo Lugones, quien inmortalizaría su tierra natal en versos cargados de memoria y paisaje, como aquellos de sus “Romances del Río Seco”.
Villa de María del Río Seco no es solo un punto en el mapa cordobés. Es el testimonio de un pueblo que supo levantarse frente a la adversidad, que construyó su identidad a partir de la fe, la lucha y la esperanza. Hoy, caminar por sus calles es redescubrir una historia profunda, que sigue viva en sus templos, en sus piedras y en el corazón de su gente.
Presentación y relato basado en el texto "Orígenes de Villa de Maria del Río Seco" del historiador Molina Aliaga. (Descargar aqui)
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